A menudo, nos encontramos pensando en el valor de las cosas que compramos. Imagina que estarías dispuesto a recibir por algo que te cuesta 35.000€. Ok, ¿Y si planteamos la pregunta y ese “algo” pasara a ser “alguien”?

Es importante reconocer que el valor que pagamos y el valor que valemos son dos conceptos diferentes, y muchas veces el primero no refleja el segundo. El valor que pagamos puede ser una consecuencia de múltiples factores, como la competencia, la oferta y la demanda, la calidad del producto o servicio, entre otros. Sin embargo, el valor que valemos está directamente relacionado con nuestras habilidades, experiencia, conocimientos y logros.

Es fundamental comprender que no debemos permitir que el valor que pagamos nos defina como personas. Nuestro valor real está en nuestras habilidades, en nuestra capacidad para solucionar problemas y en nuestra capacidad para hacer una diferencia en el mundo.

Para ello, nuestros títulos no son más que la llave para poder trabajar, pero es justo cuando abres la puerta cuando tienes que demostrar quién eres y cuánto vales.

Si me permites un consejo, enseña quién eres desde el momento uno. Demuestrale a tu cliente o reclutador cómo vas a solucionar su necesidad y compórtate cómo alguien que realmente vale esos 35.000€ desde el primer “hola” hasta el final del proceso de selección.

Y es que un proceso de selección es como el examen oficial de idiomas, no hay que saber el idioma, tienes que conocer las claves para poder pasar esa prueba.

Debemos reconocer nuestras habilidades y logros, y buscar siempre mejorar y seguir aprendiendo para asegurarnos de que nuestro valor esté en equilibrio con lo que pagamos y con lo que realmente valemos. Si trabajamos en ello, podremos hacer una diferencia en nuestras vidas y en las de los demás.